miércoles, 24 de febrero de 2010

BIOGRAFIA DE DIEGO VALCARCEL PIÑEIRO

Por si algunos no se han enterado ( Diego fue el protagonista de mi anterior relato sobre el infierno , en el cual no había nombrado su nombre ). Diego Valcarcel Piñeiro nació en 1991 en una pequeña y preciosa ciudad de Alicante, llamada Denia. Su madre era ama de casa y murió cuando el sólo tenia cinco años, a causa de un trágico accidente de coche. Su padre al cabo de ocho años se casó con otra mujer con la cual no mantenía muy buena relación. Su padre era abogado, y su madrastra trabajaba como vendedora en una tienda de moda. Diego tenía dos hermanos, la mayor se llamaba Sara, y el pequeño Juan. Con tres años empezó estudiando en el colegio Camilo José Cela, a los catorce se cambió para el instituto Maestro Mateo donde estudió hasta bachiller. Cuando lo acabó se fue a estudiar fuera de España, concretamente a Londres, en la escuela superior de enfermería de Hanterburg. Sacó muy buenas notas así que tubo el privilegio de poder trabajar en el hospital central de Madrid, del que se dice que es el mejor de Europa. Diego era un chico alto , de pelo corto negro , ojos azules y un cuerpo que se podría decir que era normal , ni muy delgado ni muy gordo , solía vestir con ropas caras , le encantaba la ropa de cualquier marca y tenía una gran pasión por el futbol nunca se perdió ningún partido. Era de un carácter un tanto egoísta, le preocupaba bastante lo que los demás pensaran de el, era dulce y cariñoso aunque a las veces también era un tanto brusco. Se podría decir que era muy enamoradizo al mismo tiempo que celoso. A lo largo de su vida tubo más de un romance, pero a los quince años encontró su amor, a la mujer que amo durante toda su vida. Ella se llamaba Laura, era una chica verdaderamente guapa, lista y simpática, tenía mucha paciencia con las cosas, hasta era un poco maniática. Después de unos cuantos años decidieron irse a vivir juntos. Hasta el día en que ella decidió acabar con su relación, y el así acabar con su vida y la de unos inocentes trágicamente, el veinte de agosto de 2010.

martes, 2 de febrero de 2010

EL INFIERNO.

Nunca pensé verme en este lugar, esa es la verdad ¡que nunca lo pensé!, cuando les leía todos aquellos cuentos a los niños enfermos del hospital, sobre el infierno que decían que el infierno no estaba debajo de la tierra lleno de llamas y demonios torturando a todas aquellas almas que durante su vida debieron de haber echo mucho mal para acabar en ese infierno, y en ese mismo infierno es en el que me encuentro yo ahora igual al que definían todos aquellos cuentos en los que el autor parecía que hubiese estado allí y luego relatara su experiencia.


Día a día y durante el resto de la eternidad un demonio se encargaría personalmente de que cada persona que se encontraba en aquel infierno y nunca mejor dicho, supiera tanto y más de lo que esas personas hayan echo sufrir a tantos inocentes haciéndonos ver a cada momento las imágenes de todo el mal que hayamos echo, teniéndonos como esclavos, cargando piedras pesadas de aquí para allá, sin sentido alguno dándonos azotes y patadas incluso cortaban cabezas. Bueno y os preguntareis cual es el motivo por el que me encuentro aquí, y es que yo he sido el culpable de aquel incendio de mediados de diciembre del hospital infantil, yo era el cuidador de todos aquellos niños enfermos, les leía cuentos, los alimentaba, intentaba hacer lo imposible para que los niños se sintieran y se olvidaran de su sufrimiento y que sus últimos días de vida fueran lo más alegre posible. Pero e dejado que mis asuntos personales afectaran a todos aquellos inocentes, prendiéndome fuego en los baños después de recibir una llamada telefónica de la mujer a la que tanto amaba por la que hubiese matado me comunicara que no la volvería a ver más y que se marchaba con otro hombre para nunca volver.


Enloquecí por un momento no pensé en las consecuencias de mi acción solo pensé en poner fin a mi vida que ya no valía nada si ella no estaba a
mi lado y por culpa de ese maldito instante en el perdí la cabeza tengo que pagar el resto de la eternidad por un mal que cometí al no pensar en las consecuencias de mi error.